Historia
Origen
Los primeros asentamientos registrados se encuentran en las cuevas de Rascaño, Piélago y Salitre, de lo cual dan fe las numerosas muestras de arte rupestre halladas en su interior.
Más tarde, los registros históricos mencionan ya el siglo XI la existencia del monasterio de Santa María de Miera.
Posteriormente, en el siglo XV los habitantes de la zona alta desarrollan una sociedad pastoril de ganado vacuno bien diferenciada etnográficamente, con trashumancia orográfica dentro de los límites de la demarcación.
En la Edad Moderna, el cultivo de maíz traído de América por los descubridores, y las leguminosas, cambian los hábitos alimenticios de la población meracha, la cual se desliga parcialmente de los escasos productos locales y comienza la práctica de despensa. El cultivo de la patata, también de origen americano, fue tardío, introduciéndose en el siglo XIX.
Durante el “Antiguo Régimen” el pueblo de Miera tuvo un gran realce comarcal debido a los dominios de su iglesia, de la que dependían diversos territorios de su entorno.
Algunas costumbres merachas
El trabajo que realizan los merachos es realmente duro, y exige un gran esfuerzo y dedicación. La especial orografía del municipio implica que las fincas o prados sean muy pendientes y pequeños (minifundios) y a su vez se encuentren muy dispersos entre sí.
La siega tiene lugar durante los meses de verano, aunque en ocasiones puede extenderse de mayo y hasta bien entrado septiembre si la climatología lo permite.
Se suelen hacer dos o tres recolectas de la hierba, conocidas como «retoños».
En verano se siega a dalle, ya que deben “alzar la hierba”, es decir segar la hierba para después curarla al sol y, una vez seca, meterla en el payo o pajar.
Entre la siega y la recogida de la hierba se lleva acabo un proceso que, según la climatología, dura más o menos, y en el que participa toda la familia.
La hierba se siega con el dalle, cuya asta de madera presenta a veces un esmerado tallado con decoración. El corte de la hoja metálica se prepara picando con un martillo triangular sobre un yunque, y cuando al segar se va borrando el corte, éste se afila con una “piedra” de pizarra, que el segador lleva colgada al cinto e introduce en un recipiente repleto de agua llamado colodra. La colodra suele ser de madera decorada, a veces con el nombre de su dueño, de cuerno de vaca o de plástico.
Generalmente, se siega a primeras horas de la mañana, para evitar el calor.
Después de la siega se “tiende” la “parva” (la hierba) para que ésta se seque al sol durante el día Si llueve y aún no ha secado por completo, se “hacina” o se hacen“porcachos”(pequeñas pilas) para evitar que se estropee.
Antes de transportarla a los payos o pajares, se le da a la hierba dos o más vueltas la rastrilla, permitiendo que el aire caliente pase entre está para secarla.
Todas estas acciones se repiten hasta que la hierba está completamente seca.
Posteriormente se atropa, formando montones denominados brazadas, las cuales a su vez sirven para cargar la velorta – vara de avellano – y poder trasladarla al pajar donde se “empaya”, (se reparte y se pisa una y otra vez) para que ocupe el menor lugar posible, formando un montón de hierba que se conoce con el nombre de tascón.
En ocasiones también se hacen “Lumbillos” que es la hierba atropada y dispuesta en una fila a lo largo del prado para posteriormente hacerla brazadas, además si la finca no posee tascón o cabaña -en algunos casos-, o bien la cantidad de hierba recolectada desborda la capacidad del payo o pajar, se suele crear una hacina gigante en dicha finca, con una base de madera que permita aislar a la hierba del suelo evitando que se pudra.
El traslado de la hierba al pajar también merece una mención especial, ya que no se hace con ningún tipo de maquinaria y, ni siquiera con la ayuda, en muchos casos, de la tracción animal, puesto que hay lugares que son totalmente inaccesibles, sino que lo hacen por medio de la “velorta”, que consiste en atar la hierba seca a una vara de avellano que mide aproximadamente tres metros, y que se colocará sobre los hombros del “velorteador” para llevarla hasta la cabaña. El peso de una “velorta” cargada varía desde los 40 hasta los 60 kilos, según la fuerza del porteador. Otro medio para transportar la hierba en estos lugares de difícil acceso es el cuévano, un elemento imprescindible con el que se podía transportar cualquier clase de mercancía, también se puede llevar con caballerías, o con la “trenta” si es que el prado esta al lado del payo.
Hasta hace no muchos años la forma de vida de los ganaderos merachos estaba condicionada por la “muda”, es decir el traslado según la temporada de una cabaña a otra en busca de pasto para el ganado.
En verano se producía la muda más larga, en la cual, familia se dividía para atender al ganado y a la recolección de la hierba.
En época estival se trasladaban a las branizas o pastos de altura, mientras que en el invierno habitaban todos juntos en las cabañas vividoras, ya que debían ir de cabaña en cabaña mientras durasen los tascones (la hierba de los pajares).
Normalmente los ancianos y los niños, vivían en estas cabañas, ya que son más grandes y mejor preparadas y además forman parte de los barrios del pueblo.
En Otoño suele estar permitido a las vacas salir directamente a la finca donde se hallan para pastar, pues entonces no dañan los prados, cuyas hierbas no han de crecer más antes del invierno.
Generalmente, los merachos usaban el caballo para la muda. La muda implicaba además del desplazamiento de toda la familia, llevar lo necesario de ropa, útiles de cocina y por supuesto trasladar los animales, desde las vacas, las gallinas, el cerdo si lo tienen, e incluso el gato o el perro.
Esta trashumancia ha dibujado el paisaje típico de estos pueblos, reflejado en los cercados de piedra de las laderas de las montañas, en cuyo interior se levanta una cabaña con uno o varios prados, las llamadas fincas. El número de mudas que realicen al año dependerá del número de “llaves” (es decir de fincas con cabañas) que tenga la familia.
Estos continuos cambios de residencia hacen que las relaciones con otros vecinos sean escasas y se limiten a coincidir con algunos de ellos durante unas pocas semanas en estas fincas. Se convierte de esta forma la familia en un elemento social esencial entre los merachos, que viene a sustituir a otras relaciones con personas de su entorno. Su grado de aislamiento dependerá de dónde esté situada la cabaña, habrá días incluso semanas que no hablen con personas ajenas a su familia, esto puede ser la causa del carácter reservado y huidizo del meracho que ya habíamos mencionado anteriormente.
En la actualidad, la práctica de la trashumancia no se efectuá de un modo predominante, pero sigue siendo un método habitual trasladar únicamente al ganado, que suele ser el menor o las estiles, es decir las que no se destinan a la producción de leche, mientras que ellos se quedan en su hogar, de forma permanente, con las vacas “mayores” dedicadas a la explotación de leche.
La matanza del Cerdo se realiza una vez al año, coincidiendo con la festividad de San Martín (11 de noviembre), aprovechando que la climatología permite que la carne esté fresca y evitando la presencia de moscas que puedan echar a perder la matanza.
Días antes de la matanza, los miembros de la familia van a los montes en busca de argumas y helechos, qué posteriormente pondrán a secar.
La matanza dura dos días y consta de dos fases.:
FASE 1 – Primer Día
Primeramente se clava un gancho grande en la papada del cerdo, y acto seguido cuatro o más hombres, agarran cada uno una pata del cerdo para que no se escape. Entonces se mata el Cerdo clavándole un cuchillo bajo el cuello, dejándolo desangrar claramente, mientras se recoge la sangre en un recipiente para posteriormente hacer las morcillas. Una vez muerto y sangrado, se procede a quemar el animal con las argumas y helechos anteriormente citados, con el fin de eliminar todos los pelos que tiene la piel del cerdo. Para ello, se suele preparar un estructura de madera denominada “ballarte”a modo de mesa, la cual en lugar de tener una tabla de base tiene varios palos que permiten pasar a través de ellos el fuego que se ha creado en el suelo del “ballarte”.
Posteriormente, se rasca con cuidado de no perforar la piel del cerdo con cuchillos y navajas, eliminando todos los restos de pelo que pudiera tener el animal con un cepillo, a la vez que con agua corriente se va lavando.
Una vez muerto, sangrado y limpiado, el animal se abre en canal, se le vacía y se le cuelga. Paralelamente a esta actividad, pero en una labor mucho más laboriosa y duradera, la mujeres suelen ir al río a lavar los intestinos o tripas del cerdo, las cuales posteriormente se rellenaran con la sangre, comino, arroz, cebolla, grasa, orégano, clavo y perejil ( Morcillas ). Una vez que están rellenas, se suelen cocer en un recipiente lleno de agua, con especial cuidado de pincharlas varias veces con una aguja, evitando que se revienten.
FASE 2 – Segundo Día
Es aquel que se corresponde con el despiece del cerdo, salando y adobando los jamones, brazuelos, el tocino, costilla y cabeza para su conservación, lo mismo que los lomos, que después serán conservados en manteca.
La última parte de la matanza, es la que se corresponde con la elaboración del chorizo, introduciendo en las tripas, carne adobada, tocino picado, pimentón y ajos. Todo ello se cuelga junto a la lumbre para que cure. Para su conservación se suelen meter en tinajas llenas de manteca.
Existe la costumbre de enviar una «Pitanza» también llamada «Envuelta» a las personas que ayudan a matar el cerdo, a los vecinos mejor considerados y a la familia. La «Pitanza o Envuelta» es una pequeña cata del animal, consistente en un pedazo de Badagio, una o dos morcillas y una hebra….
En tiempos de escasez, era muy típico «echar la hogaza o la torta». Esto era así, porque las unidades familiares se componían de muchos miembros que no tenían recursos y que con la «torta» generalmente acompañada de leche, solventaban el problema de alimentación para toda la familia.
Antes de comenzar a preparar la torta, tenemos que hacer un molde, como el usado por los reposteros para hacer un bizcocho, pero tapado por la parte superior, al que los merachos reconocen con el nombre de «talo» o «lata». Para ello, se trata de unir pacientemente dos latas de 5 ó 10 litros de aceite para consumo humano ( Girasol o de Oliva ) en forma de molde para bizcochos, con una tapa fija superior y hueco por abajo. Las paredes del molde serán de unos 8 o 10 cms de altura y se ondulan como si se tratara de una flanera, que será lo que permita que la masa se eleve.
Con las manos en la masa, comenzaremos a amasar una masa compuesta de harina de maíz, sal y agua sobre una «Masera», es decir, un cajón de madera exclusivo para amasar la masa sin que está se manche, posteriormente sustituida por las mesas de cocina tradicionales; Existía la posibilidad de sustituir el agua por leche y de añadirle levadura, pero no es menos cierto, que esto se hacia en tiempos más cercanos a los actuales, donde la adquisición de estos productos era menos costosa. Cabe decir que, cuanto más fina sale la masa, mejor será el resultado de la torta.
Llegados a este momento, donde ya tenemos la masa, está se coloca ajustándola en forma redonda sobre una «tablilla», esto es, como una pala de horno pero redonda y más corta, para posteriormente taparla con un paño – siempre limpio -, y dejándola reposar dos o tres horas de reloj.
Antes de que pasen la dos o tres horas, algún miembro de la unidad familiar se ha tenido que preocupar de hacer un fuego con leña de: encina, halla o fresno… para obtener unas buenas brasas, las cuales serán apartadas con una paleta de madera a un lado del «Llar». Los merachos denominan «Llar» a la base de la Chimenea-Cocina, que puede ser de losa ( Lastra ) o de otros materiales refractarios como el ladrillo.
Una vez que las brasas se han retirado, se procede a limpiar con un cepillo el «Yar», el cual se mantiene caliente y sobre el que se posa la masa que contiene la «tabletilla», cubriéndola con el «talo», el cual a su vez se cubre con las brasas que anteriormente hemos retirado.
Pasados 20 o 30 minutos, dependiendo de la calidad de las brasas, el resultado será una torta de exquisito sabor.
Uno de los ingredientes utilizados en la elaboración de la torta, la harina de maíz también llamada harina de «borona», puede sustituirse perfectamente por otra harina de trigo, o bien por una mezcla al 50% de harina de maíz y de harina de trigo.
Llegados los meses de septiembre y octubre, los habitantes del municipio de Miera se dedicaban a recoger avellanas, nueces y castañas; Más concretamente, las avellanas se recogían antes de San Matero ( 21 de Septiembre ), la nueces a finales del mismo mes y principios del siguiente, y las castañas en octubre.
Los árboles podían estar ubicados en los prados o bien en terreno municipal. En el primero de los casos no hay más problema, el amo del terreno es el dueño de los árboles que éste comprende, mientras que en el segundo de los casos el problema de propiedad no se daba, aún estando plantados en terreno municipal, ya que cada vecino del municipio sabia que dueño tenia cada árbol, y eso era así porque se «amillaraban», es decir, se hacia constar en el ayuntamiento y por lo tanto se respetaba como si de una propiedad se tratase; Tanto las avellanas, nueces y castañas que caían en el camino peatonal podían ser cogidas por cualquiera de los vecinos, no sucedía eso si los frutos caían debajo del árbol. Aunque la picaresca siempre ha existido.
Los merachos se ayudaban de una herramienta denominada «picacho», es decir, de una vara de avellano lo suficientemente gruesa, ligera y fuerte, de unos cinco o seis metros, con la punta en forma de gancho y que servia para mover las quimas de los distintos árboles con el objetivo de que las avellanas, castañas o nueces cayeran al suelo para facilitar su recogida. A la acción de mover o agiatar las ramas con el «picacho» se le conoce con el nombre de «Horricar».
Muchos vecinos apañaban avellanas o nueces y las comían mientras charlaban entre ellos e incluso hacían magostas, es decir, recogían leña de los montes y hacían fuegos donde introducían las castañas para poderlas asar.
Las avellanas, castañas y nueces han sido objeto de comercio por parte de los merachos y más recientemente, se han utilizado como regalo para médicos, profesores…. en reconocimiento a los favores y servicios prestados, junto con huevos, aves de corral e incluso lechazos…
Entre las distintas actividades artesanales que florecieron en siglos pasados en el municipio de Miera, hay una que, por su importante desarrollo, bien merecería ser estudiada con suficiente amplitud. Me refiero al viejo oficio de la cantería, que tuvo especial auge en el valle de Miera.
Dentro de la cantería podría decirse que existen dos modalidades, una es la que trata de la extracción de la piedra a pie de cantera o mina, y otra, la que labra, talla y da forma a la piedra (no confundir con quienes la colocan) al pie de la obra que se va a construir. Es en esta última actividad donde floreció y florece la auténtica profesión de cantero, donde se mueven los artesanos de la piedra que durante milenios se encargaron de edificar puentes, acueductos, castillos, catedrales, palacios y ciudades. Cuidadosos en la preservación de los secretos de su oficio, de siempre los canteros tuvieron su particular manera de comunicarse entre ellos.
Crearon un lenguaje hablado por el cual se pasaban los conocimientos de padres a hijos, que es el que se ha transmitido hasta tiempo bien reciente y el que se describe. La pantoja es una jerga gremial que utilizaron los canteros de Cantabria y muy especialmente los canteros de Trasmiera.
El lenguaje está compuesto en su mayoría por giros pseudo vascos o vascos, ligeramente deformados. En su origen esta jerga fue introducida por los canteros de Marquina (Vizcaya) que trabajaron en muchas ocasiones con los de Trasmiera. Fueron introducidos en dicha jerga no sólo aquellos vocablos específicos del trabajo de cantería sino giros de otra índole y de un habla popular cotidiana. La mayoría de las voces quedaron, con el uso, más o menos alteradas entre los canteros trasmeranos. Algunas de las palabras de la pantoja fueron recogidas y copiadas por el vulgo ajeno al oficio de los canteros, pero en general no afectó mucho al lenguaje popular montañés.
En la actualidad esta jerga está casi perdida en lo que se refiere a su uso y recuperada en parte gracias a los trabajos de los lingüistas.
Y es que, desde siempre, los canteros fueron muy celosos de su profesión, y así como las marcas de cantería que se ven hoy en los sillares de los principales monumentos medievales, e incluso renacentistas y barrocos, nos introducen en un mundo arcano, cuyo secreto sólo era conocido por estos artesanos, el lenguaje hablado era otra manifestación más de ese celo en guardar su sabiduría en el labrado de la piedra.
Ni que decir tiene, que aquel celo en guardar sus conocimientos, que les llevaba incluso a practicar la endogamia entre los de su profesión, impedía a los canteros transmitir a ningún profano el significado de sus signos y de su léxico. Por eso fue siempre difícil que los estudiosos del tema, folkloristas y arqueólogos del idioma, penetraran en ese mundo. Sólo hoy, cuando el oficio de cantero se halla prácticamente extinguido, o por lo menos está considerado como una actividad artesana digna de recuperarse en talleres escuela, puede accederse, sino al significado de los signos de la piedra, sí al menos al lenguaje hablado. Ello, claro está, si se tiene la suerte de encontrar un cantero conocedor de la jerga, cosa ya en extremo difícil.
La Real Fábrica
de Artillería de La Cavada
Dedicada a la producción de cañones, munición y elementos de fundición para la industria privada, ocasiona una actividad forestal en todo el valle del Miera para alimentar los altos hornos.
Aún se pueden observar restos de esta actividad como son algún resbaladero de troncos junto a las proximidades del río Miera, varias presas de sillería en las cabeceras del valle, tramos de canalización del río desde el valle de Lunada hasta La Cavada y una densa red de caminos carreteros que recorren las laderas y abruptos lapiaces kárticos del alto Miera.
Los Canteros
Durante tres o cuatro años la corriente de canteros formada a lo largo del Río Miera emigró al norte de los Estados Unidos para trabajar la piedra. No obstante, cuando estos volvían, lo hacían definitivamente.
Durante la dictadura Franquista (1939 – 1975), uno de los fenómenos característicos de Cantabria en la posguerra fue el de la persistencia de la guerrilla, más conocidos como maquis, partidas formadas por izquierdistas echados al monte, bien para evitar la represión, bien con el objetivo de continuar la lucha, o por ambas cosas. Entre las partidas más conocidas estuvo la de José Lavín, alias el “CARIÑOSO”, quien actuó en el valle de Miera y falleció en un enfrentamiento armado en la Calle Santa Lucia de Santander en 1941.
La vida social de aquellos años estuvo marcada por una notable penuria económica en la gran mayoría de la población que a duras penas subsistía.
En la década de los años 40 se presenció un notable empobrecimiento en el nivel de vida de la gran mayoría de la población, con un marcado retroceso de los salarios, las dificultades para abastecerse de productos de primera necesidad…etc.
Fueron años de picaresca, como consecuencia de los mercados negros originados por la rigidez del intervencionismo económico practicado por el régimen en el Sector Agrícola al objeto de satisfacer las necesidades alimentarías de la población.
A partir de los años 50, la economía fue mejorando, desapareciendo el racionamiento. El declive del sector ganadero a partir de los años 70 y sobre todo desde la década de 1980 aceleró la despoblación del municipio y el abandono de la actividad ganadera, en especial por la población productiva más joven.
La Romería de Miera
A finales del siglo XIX y principios del XX, Eusebio Sierra escribió los libretos para cuatro zarzuelas localizadas en Cantabria. La primera, y más importante, fue la «La Romería de Miera», ya que fue la más exitosa y la que sentó las bases de las posteriores.
No se sabe de quién partió la idea de escribir una zarzuela de estas características, pero José del Río apunta a la posibilidad de que surgiera como uno de tantos encuentros que tenían los cántabros residentes en Madrid; además por estas fechas comenzó el debate sobre la identidad de regional de la entonces provincia de Santander.
La música fue compuesta por Ángel de las Pozas. Era un joven de desahogada posición, hijo de Gregorio de las Pozas y nieto de un cantero trasmerano que se enriqueció con la construcción del barrio madrileño de Argüelles. El joven compositor pasaba sus vacaciones veraniegas en Trasmiera y parece ser que le gustaba acudir a las romerías y escuchar las tonadas del folclore montañés. Ángel de las Pozas fue discípulo de Emilio Serrano. Pocos más se conoce sobre Ángel, de no ser que murió a los 25 años, poco después del éxito de la obra que le llevó a la fama.
La Romería de Miera fue estrenada en el teatro de la Zarzuela en una función a beneficio del primer actor José Mesejo, la noche del 26 de marzo de 1890. Completaban el cartel otras dos zarzuelillas, El arca de Noé y Fuego de San Telmo.
En la primera página del libreto aparece la siguiente dedicatoria: «Al ilustre maestro D. José María de Pereda»; uno de los párrafos dice así «Tan benévolos han sido el público y la prensa con esta obra, que nos hemos atrevido a creerla digna de usted». Y es que el público aplaudió unánimemente la obra del joven principiante y del experto libretista.
El argumento cuenta la historia de Nela, una joven de Miera, que regresa a su pueblo convertida en una señorita tras haber estado en Madrid al servicio de una Marquesa. Su novio, Perico, se siente rechazado por la joven a la que su estancia en Madrid ha cambiado. Nela no quiere volver a ser una aldeana; sin embargo, al comprobar el amor y empeño de Perico, accede a continuar con el noviazgo.
El texto está cargado de alusiones a costumbres, tradiciones populares y referencias localistas: el juego de los bolos, la rivalidad entre los mozos de Miera y de San Roque, las rondas de danzantes -ellos con largas varas y ellas con panderetas- la harina de borona, etc.
Se presenta un ambiente rural más idílico que real. Se contrapone la nobleza de los personajes humildes a la hipocresía de los adinerados. Los textos de los paisajes musicales intentan recrear el folclore montañés. Son letras sencillas e ingenuas, a veces con referencias nostálgicas: (Ver Anexo)
La zarzuela tiene un preludio orquestal y seis números musicales: nº1 Jota. Coro General; nº2 Nela y Perico; nº3 Nela y Coro general; nº4 Coro general; nº5 Nela y Perico; nº6 Nela y coro general.
La música se caracteriza por su sencillez. La instrumentación es la habitual en las obras del mismo género. Salvo en el preludio, la orquesta realiza un acompañamiento a las voces muy sencillo, de carácter acordal. Los números corales son siempre homofónicos, con un desarrollo armónico sin apenas modulaciones. Evidentemente las melodías tienen un sabor tradicional: frases cortas, pocos saltos melódicos, escasas modulaciones, etc.
La crónicas nos dicen que el teatro de la Zarzuela estaba lleno de montañeses el día del estreno. La crítica del diario madrileño «El imparcial», no podía ser más favorable:
Saliéndose de los caminos trillados por ciertos autores los de La Romería de Miera han emprendido con muchísimo acierto nuevos y mejores rumbos entre los atronadores aplausos de la multitud que anoche llenaba el coliseo de Jovellanos. ¡Con qué satisfacción el auditorio saboreaba los números musicales y los diálogos en verso!!Cuán grande el entusiasmo de todos al aplaudir!.
El éxito de la obra quedó previsto dese que fue oído el preludio. Aquellas notas tan musicales tenían el sabor de la tierruca, vibraban en l espacio como eco lejano de los aires de la Montaña. El primer coro, el vals coreado y el dúo de amo entre Perico y Nela – Cerbón y Leocadia Alba – merecieron los honores de la repetición y fueron aplaudidos desde todos los ámbitos del teatro. La claque sobraba allí; todo el mundo aplaudía de verdad.
Mucho antes de terminar el primer tercio de la representación fue necesario que el autor de la música se presentase a recibir los aplausos de la concurrencia. Y sucedió que a los actores con las glorias se les fueron las memorias y se olvidaron de decir el nombre del joven y aventajado músico. De este olvido les sacó una parte el auditorio preguntándoles ese nombre: dijeron que se llamaba Ángel de las Pozas. Luego se supo que novel compositor es discípulo del maestro Emilio Serrano.
De la parte literaria de la obra no es posible hacer más elogios. Eusebio Sierra, como buen montañés, conoce a fondo las costumbres populares tratadas por el insigne Pereda en sus hermosos libros, y como buen escritor a contribuido en La Romería de Miera a acrecentar esa popularidad fuera de la tierruca.
Los tipos de Nela y Perico, admirablemente caracterizados por Leocadia Alba y el señor Cerbón, están tomados del natural y con vigorosos tonos puestos de relieve por el señor Sierra.
El parlamento en que Perico describe a su adorada Nela las dulzuras y los encantos de la via en el hogar de la aldea, es modelo de sencillez, de ternura, de poseía y de realidad. Cérbon le dijo muy bien y tuvo que repetirlo.
La fabula amorosa que sirve de argumento a La Romería de Miera, es un verdadero idilio interesante y poco intrincado, pero lleno de encantos, que se desarrolla con facilidad y despierte de continuo la atención del espectador.
Sólo dos lunares, fácilmente borrables, tiene a nuestro juicio La Romería de Miera: una frase de doble sentido en un dialogo entre Perico y Nela y la escena del segundo cuadro. Con suprimir aquella y aligerar esta, quedaría la obra sin tacha.
La Romería de Miera se estrenó en Santander el 17 de diciembre de 1890, nueve meses después de su estreno en Madrid. La orquesta fue dirigida por el propio Ángel de las Pozas; Eusebio Sierra también se trasladó a Cantabria para la ocasión. fue un extraordinario éxito tanto para el joven músico como para Eusebio Sierra, que se animó a escribir obras similares.
A pesar de haber tenido mucho éxito en Santander, hasta principios del siglo XX ‘La Romería de Miera’ cayó en el olvido y es prácticamente desconocida para las últimas generaciones de Cantabria.
Gracias a una subvención para trabajar en la recuperación del patrimonio histórico musical de Cantabria, el día uno de febrero de 2008, se ofreció un concierto con motivo de la conmemoración del 26 aniversario del estatuto de Cantabria. Dicha subvención fue concedida a la Orquesta de Cámara y Coro Europa Concentus Musicus, dirigida por Mariano Rodríguez Saturio, para la recuperación de la partitura y el texto de la zarzuela ‘La Romería de Miera’.
Una vez más, el reestreno de esta zarzuela «La Romería de Miera» ha suscitado el interés de vecinos, organizaciones y ayuntamientos….